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Algunas explicaciones, y curiosidades, del rendimiento de Chris Horner
“Nos rompe las teorías”, confiesa Josu Larrazabal, director deportivo y preparador físico del RadioShack-Leopard, al respecto de Chris Horner, ganador de la Vuelta a España con 41 años –cumplirá 42 en octubre-, aunque el rendimiento del americano con esa edad no le sorprende. Y pese a llegar a Galicia con solo 14 días de competición y después de no competir durante cinco meses. Es más, cree que esa puede ser una de las claves del éxito de un ciclista tan particular como Horner. Un espíritu libre. Larrazabal es consciente de que la hazaña de ganar la Vuelta con casi 42 años da para titulares de periódicos y repercusión mediática. Ahora bien, nos ofrece una serie de datos para no hacernos dudar del nivel físico al que ha llegado Horner. “Llama la atención y da juego a los aficionados, pero la edad no está reñida con la resistencia y el rendimiento”, aclara. “Cuantos más años de entrenamiento, más eficiencia aeróbica y mayor rendimiento. No tiene ni tendrá el cambio de ritmo de Purito y nunca lo va a tener. Pero la edad sí supone una mejor resistencia y una mayor capacidad de repetir esfuerzos de larga duración”, explica. Horner solo compitió en la Tirreno-Adriático, fue sexto, y no salió en la segunda etapa de la Volta a Catalunya. Una lesión de rodilla le dejó en el dique seco, ni California, ni Suiza, ni Tour, y no reapareció hasta el 7 de agosto en el Tour de Utah, casi cinco meses después. Fue segundo y así, con 14 días de competición – frente a los 60 de Nibali-, se presentó en la Vuelta. “Muchos récords del atletismo vienen después de un parón o una lesión, no grave, con un rendimiento que es excelente”, destaca el técnico vasco. Y nos ilustra con dos ejemplos. Stybar fue operado después de la París-Roubaix y ganó y se exhibió en el Eneco Tour y se llevó una etapa de la Vuelta por delante de Gilbert. Uno más cercano: “Bakelants antes del Tour estuvo lesionado, no llegaba como queríamos, y ese respiro le dio un plus”. El ciclista belga ganó la segunda etapa del Tour de Francia y fue líder. Una capacidad física que no sería posible sin la fortaleza mental y la confianza en sí mismo del americano. La cuestión sicológica, el coco, cobra especial relevancia en un corredor veterano. Las barreras las supera. Ya dejó atrás la embolia pulmonar que sufrió después de su caída en el Tour de Francia 2011. Por eso su lesión de rodilla de este año, no le apartó de su camino, no pensó nunca en dejarlo, quería correr el Tour y en cuanto se cerró esa puerta se abrió otra. Se dio cuenta de que el recorrido de la Vuelta a España le iba como anillo al dedo. “Todos los días, desde que supe que no disputaría el Tour de Francia he estado pensando en la Vuelta a España. Tengo muchas ganas de ir a la Vuelta, y creo que podría ser una gran reivindicación para mí después de estar sentado en casa en los últimos cinco meses”, dijo tras su triunfo en Utah. Con su edad, Larrazabal cree que es clave “la ilusión”. “Y la concentración para cuidarte cada invierno. Mantener la motivación, sobre todo, tiene mucho mérito. Y tenemos su particular y peculiar forma de ver y afrontar la vida y el ciclismo… Podría durar hasta los 50”, bromea. “Me siento como un jovencito, tengo la ilusión de un chaval”, decía tras su victoria en el Mirador de Lobeira en la tercera etapa. La vida de Horner es curiosa desde su comienzo, nació en la base norteamericana de Okinawa (Japón) porque su padre era mecánico de la Armada. Su predilección por las hamburguesas es pública, incluso en competición. Larrazabal nos confirma que las ha comido durante la Vuelta “y más de un día”, no solo en las jornadas de descanso. Lógicamente, con “un control exhaustivo de las calorías y del peso –pesa 64-65 kilos en competición-”. Porque detrás de su sonrisa picarona, Horner es muy metódico, entrena con SRM y controla sus números. “Nos rompe las teorías. Tiene una filosofía de vida más abierta y eso precisamente puede ser uno de sus éxitos. Otros se cuidan al extremo y entonces les llega la fatiga mental; él es todo lo contrario”, zanja. Una cosa es cierta, ha ganado la Vuelta, con casi 42 años y va a seguir “varios años más”. “Todavía me siento rápido. Y eso es todo lo que importa. ¿Me levanto de la cama dolorido? Por supuesto que sí. Pero eso es irrelevante. Lo que importa es cuando estés en la bici, te sientas bien. Y en general, sinceramente, la bicicleta es el único lugar donde me siento bien. Es el único lugar en el que estoy realmente cómodo, relajado y a gusto mental y físicamente. Así que no estoy buscando dejar el deporte a un corto plazo”, afirmaba en una entrevista en agosto. “Me siento casi como cuando corría gratis en la primera parte de mi carrera, mi pasión es muy fuerte”, afirmaba este año tras la Tirreno-Adriático. De hecho, se ofreció al nuevo proyecto de Fernando Alonso y los dirigentes del equipo barajan seriamente su fichaje. Un viaje de ida y vuelta a Europa El ciclista estadounidense debutó en Estados Unidos en 1995 por lo que suma 19 temporadas aunque solo desde 2005 ininterrumpidamente en Europa; de hecho, acumula diez Grandes Vueltas, seis Tours de Francia, tres Vueltas a España y un Giro de Italia. Su primera experiencia en Europa fue entre 1995 y 1997 con la FDJ –Alain Gallopin, uno de los directores del equipo galo entonces se enamoró de él en una prueba de Sudáfrica-, pero no se adaptó, y entre 2000 y 2004 corrió en su país y fue el rey del calendario nacional. Le llamaban Chris Bomber. Saunier Duval –Gianetti coincidió con él en la FDJ y llegó recomendado por Imanol Ayestarán- lo rescató para la élite en 2004 y su primer gran éxito fue una victoria de etapa en el Tour de Suiza un año después. Entonces le rebautizaron como Chiquito por una cojera por una caída –se rompió la cabeza del fémur- y su forma de expresarse en castellano-. "Un día, en el Tour, me llevé a los corredores a cenar fuera del hotel y Chris montó un pollo de cuidado porque no le daban hamburguesa. En carrera, cuando bajaba al coche y me veía comiendo, cogía lo que pillaba: un trozo de pizza, un bocadillo... Y subía al pelotón comiendo", recordaba en una entrevista el año pasado Joxean Fernández Matxin, ahora director deportivo del Lampre-Merida y entonces del conjunto amarillo. Pero no terminó de destacar tras dos años en el Davitamon-Lotto, una victoria en Romandía, y en el Predictor-Lotto. En 2008, recaló en el Astana de Bruyneel y Contador y siguió al mánager belga al RadioShack. No despegó hasta 2010, con su inesperado triunfo en la Vuelta al País Vasco, “soy como el buen vino, cuanto más viejo, mejor”, dijo entonces, y fue décimo en el Tour de Francia; en 2011 ganó el Tour de California y el Tour era su objetivo, estaba convencido de poder luchar por la victoria; sin embargo, terminó con una conmoción cerebral y una fractura de nariz por una caída. Pero lo peor estaba por llegar, de regreso a Bend, Oregón, sufrió una embolia pulmonar que puso en peligro su vida. Regresó ocho meses después… y fue segundo en la Tirreno-Adriático, superado solo por Nibali y en el Tour pero solo pudo ser 13º. Parece, por tanto, que sus mejores años están por llegar…
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