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Los cinco de Amorebieta
La sociedad Urgozo Iturriko Zikloturista Elkartea de Amorebieta tuvo el gran acierto de organizar el pasado mes de septiembre un sentido y merecido homenaje a cinco veteranos ciclistas de la comarca. Todos los días no se tienen ideas tan afortunadas, en el momento histórico exacto además y, sobre todo, con un desarrollo posterior de muchas horas de coordinación, programación, documentación y todo eso que los organizadores natos -decir también organizadoras no es ningún cumplido estilístico- saben trabajan in crescendo y sin reparar en esfuerzos, hasta el último segundo. Todo ello confluyó en una jornada inolvidable cuyos protagonistas fueron Julián Agirrezabal, Oscar Elgezabal, Felipe Alberdi, Fausto Iza y Antón Barrutia. Y pudimos comprobar que ninguno de ellos ha perdido ni un ápice de chispa a la hora de contar sus peripecias sobre la bici, ya hace unos sesenta años. Los obsequios, los aplausos, los versos personalizados y, como no podía ser de otra manera, la comida final completaron un testimonio irrepetible de la historia de un ciclismo mucho más rudimentario y prehistórico, cierto, pero que sugiere algunas enseñanzas al actual ambiente competitivo, mucho más tecnificado, engreído y lejano al grueso de una afición cada vez más minoritaria. Algo que llama poderosamente la atención es que los cinco tienen más de ochenta años, edad que supera con mucho la media de quienes nacieron en el primer tercio del siglo XX. Un dato objetivo que pasa por encima de las penosas condiciones en las que les tocó competir, material primario y carreteras infames incluidas, y con un desconocimiento casi absoluto de los mínimos conceptos de preparación y alimentación. Contaban con un buen humor que fue la envidia del público, mucho más joven, que a las carreras llevaban dos poncheras, una de agua y otra de vino para poder tragarse el bocadillo. Julián Agirrezabal (Durango, 1926) El mayor de los cinco, Julián Agirrezabal, tuvo trato de menor cuando corría. Fue siempre el que siguió los pasos de su hermano Cipri. El otro Agirrezabal, sin embargo, supo labrarse un más que decoroso palmarés; lo más destacado, a pesar de no ser un escalador, fue la Subida a Arrate (1953). Los frecuentes vínculos familiares en el pelotón, algo que se ha ido manteniendo década a década, denota bien a las claras que la transmisión necesaria para que la actividad ciclista haya seguido ininterrumpidamente -otra cosa son los altibajos en resultados- tiene uno de sus principales pilares en el ámbito doméstico, alrededor del propio domicilio y el barrio. Las condiciones socio-económicas de la posguerra no daban opción a discusiones baladíes sobre si el ciclo-cross convenía o no a los corredores de ruta. Había premios de por medio y estaba todo dicho. Julián probó con la bicicleta al hombro y se llevó el campeonato de España (1952) en Eibar, ante rivales como Miguel Chacón, Ponciano Arbelaiz, el campeón anterior Expósito, Cosme Barrutia, Gabriel Saura, Filbá o Pedro Matxain, hombres que en su mayoría siguieron vinculados profesionalmente al ciclismo. Julián, sin embargo, no (con)siguió continuar viviendo de la bici. Incluso en el campeonato del mundo de 1953 (Oñati-Gipuzkoa), donde el favorito y dorsal número 1 Rondeaux revalidó su jersey arco iris por tercera vez consecutiva, el pequeño de los Agirrezabal consiguió un brillante séptimo puesto sobre 33 clasificados. El suizo Bieri (4º), Filbá (5ª) y Julián Agirrezabal fueron los únicos capaces de resistir el trepidante ritmo del equipo francés, dominador también de la especialidad del barro en aquella época. El jovencísimo Agirrezabal participó en la vuelta a España de 1948 -con el circunstancial maillot de Agris Radio- y 1950, pero no consiguió terminar y, cuando pudo haber demostrado el aprendizaje realizado, resulta que la Vuelta no consiguió levantar cabeza, sin celebrarse durante cuatro años; para cuando la ronda volvió en 1955 Julián ya había colgado la bicicleta, algo lógico en aquel precario calendario que no podía dar de comer más que a un puñado de elegidos. Óscar Elgezabal (Muxika, 1928) Por orden de edad, dignidad y gobierno que decían, el siguiente es Oscar Elgezabal, dos años más joven que Agirrezabal. Comenzó más tarde a competir y, a pesar de ello, llenó su caserío de trofeos -¿dónde meterían entonces tanta alpaca?- con su potencia y colocación en los últimos metros. Su complexión atlética dejaba atrás al resto cuando, vislumbrando la pancarta de meta, se levantaba como un tarzán sobre su máquina y manejaba los pedales como una apisonadora. Puede parecer paradójico que un velocista consiguiese tal cantidad de triunfos en una orografía como la vasca, pero es que en el haber de Oscar está su resistencia en las cuestas, prueba de ello sus triunfos en la subida a Santo Domingo-Bilbao (1948) y en Arrate (1954) y su corpulencia en las bajadas. También le ayudó, sin duda, el hecho de que pocas carreras pasaban de 150 km., algo a lo que parece volvemos, y que ya comenzaba a vislumbrarse cierta labor de equipos. Elgezabal era un valor seguro en caso de llegar en grupo y la lógica ciclista ordenaba que los verdiblancos de Gamma con menos velocidad -léase Cosme Barrutia y Toñi Ferraz, por ejemplo- sudasen de lo lindo para garantizar la presencia de Elgezabal en la recta final. En el GP Getxo, por kilometraje y recorrido iba como anillo al dedo de Elgezabal, se impuso en dos años consecutivos. En la temporada de 1951 consiguió más de quince triunfos en las innumerables carreras que se organizaban para que compitiesen conjuntamente profesionales, de cuarta normalmente, independientes y principiantes. Uno de aquellos triunfos lo obtuvo en Muxika, su pueblo, escenario óptimo para entronizar nuevas figuras locales y un motor infalible para que surgieran multitud de carreras en muy pocos años. Algunas de ellas fueron desapareciendo con el ocaso de sus dioses locales, otras han permanecido contra viento, marea y crisis de todo tipo. Esto supuso una actividad ciclista casi frenética, calendario a tope y -siempre importante- buenos ingresos para quienes conseguían entrar en el grupo de cabeza, todo ello en una sociedad que mayoritariamente se las veía y deseaba para llegar a fin de mes. Por el contrario, la proliferación de pruebas locales y la falta de medios condenaban a la gran mayoría de participantes a disputar únicamente el calendario más cercano. Es el caso de Elgezabal, uno de los elementos punteros, que acudió en dos ocasiones a la Volta y no la consiguió terminar. Felipe Alberdi (Amorebieta, 1930) El tercero, Felipe Alberdi Katia. De él se recuerda sobre todo su glorioso día de amarillo en la meta de A Coruña, etapa y liderato en la Vuelta a España de 1960. Pero aquel joven prometedor sorprendió a propios y extraños venciendo con autoridad en la prestigiosa Vuelta a Bilbao en cuatro etapas, cuna de promesas, ante otras futuras figuras como Carmelo Morales, Adolfo Bello o Fausto Iza, con quien sesenta y dos años después -se dice pronto- compartió mesa y micrófono, infalible prueba del algodón de lo saludable que era la bicicleta, incluso la de competición. Entonces los equipos, selecciones en su mayoría, llevaban las iniciales previas de F.J. -Frente de Juventudes- para que quedara bien clarito quién mandaba en absolutamente todos los órdenes de la vida. O la etapa que se llevó en la Bicicleta Eibarresa vistiendo el maillot Cil-Indauchu de Karmany, Aspuru y Carlos Pérez –y equipo ganador del GP nacional de equipos de aquel mismo año- en un espectacular esprint disputado por los seis fugados en un par de palmos a todo lo ancho de la meta eibarresa y digno de enmarcar en la galería del gran salón ciclista, batiendo ni más ni menos que a Antón Barrutia (Gamma), Ponzini (italiano que correría con Lube-NSU la Vuelta a España del año siguiente), Bibiloni (Mobylette), Otaño (Palmera) y Company (Faema). En su vida deportiva profesional vistió maillot de Cil-Indauchu, Boxing-Kas, Maderas Goiria, Garsa o Mejestad; a marca por año prácticamente, como tantos y tantos corredores de la época. Bicicletas, refrescos, tablones, embutidos o cognac, todo valía para ganarse las alubias dando pedales. Los cinco eran de la misma zona, criados y hechos ciclistas en núcleos rurales que distaban escasos veinte kilómetros y cuyo centro geográfico y neurálgico en cuanto a la competición se refiere era Amorebieta, el pueblo de Alberdi. ¡Cuántas carreras habría visto Felipe de crío pasar por Autzagana para cuando él decidió se corredor de verdad! Fausto Iza (Lemoa, 1931) Con una primavera menos, Fausto Iza. Si bien le podemos considerar, como explicaremos líneas abajo, el benjamín del quinteto que Alazne Urkiaga al frente del grupeto de Urgozo consiguió reunir en Amorebieta, esta vez sin dorsal y ponchera. El primer deportista que llevó Arratia a las portadas de la prensa aquel domingo 11 de mayo de 1958, con niños y mayores, hombres y mujeres al borde de la carretera dándole ánimos, aunque el tiempo no acompañó en absoluto. Fue el día de su consagración como corredor ciclista. Profeta en su tierra con la cara embarrada y su marca Boxing-Kas diluida entre la lluvia y el sudor. El día anterior, entre Soria y Vitoria, mientras el fotógrafo sorprendió a los faema Loroño y Bahamontes más que dándose, agarrándose de la mano en un gesto nada amistoso, Fausto guardó fuerzas en Piqueras y Herrera. El día señalado, porque Iza tenía pensado atacar desde la víspera, camino de la costa Bahamontes se adelantó en el alto de San Miguel para afianzar su liderazgo en la lucha de escaladores y bajó el ritmo a la espera de acontecimientos. Fue ese momento el escogido por Fausto Iza -Faustino todavía para algunos periodistas del ramo- para lanzarse a tumba abierta y conseguir rápidamente cuatro minutos a su paso por Ondarroa. Lo cierto es que Iza no representaba ningún peligro en la general; su compañero San Emeterio estaba muy bien colocado pero disponía de Aspuru y Ferraz como domésticos de gran oficio; al siempre líder de las volantes Iturat (Peña Solera Ignis) le bastaba con puntuar tras el fugado. Por detrás había de todo menos tranquilidad porque el líder Van Looy acude al coche del médico entre Gernika y Bermeo; algo le pasa, sus compañeros le esperan. Se acerca la reválida de Sollube para dictaminar y Van Looy se baja; el segundo de la general Stablinski, a un minuto del belga, lleva unos kilómetros soñando en amarillo y acelerando la carrera; también demarra Bahamontes, Loroño a su rueda. En realidad es Manzaneque (también Faema, con quien colabora Otaño-Caobania) el más cercano a Stablinski en la general, y viendo la flojedad del galo en los repechos, la lluvia, el viento y el frío, aprieta como un jabato; cada uno hace la guerra por su cuenta. Así y todo, nuestro protagonista coronó Sollube con ventaja suficiente; restaban los últimos kilómetros trepidantes pero sin embargo el vizcaíno mantiene ese ritmo que tanto le cuesta coger por su constitución física. Tras casi cien kilómetros de galopada, Fausto Iza entra en la meta de Bilbao triunfante y feliz con más de cinco minutos sobre Otaño. Es su gran día, el sueño se ha cumplido. Antón Barrutia (Iurreta, 1933) Nos queda el más joven, Antón Barrutia, nacido el 13 de junio de 1933 día de San Antonio de Padua. Fue el que más lejos llegó de los cinco, algo que nadie discute. Dos años más joven que Iza, sin embargo comenzó a correr con la élite antes que él. Podemos considerar al pequeño de los Barrutia como un ciclista prodigio. Ganó tantas carreras desde que vistió maillot, que se convirtió en el hombre a batir en las categorías jóvenes. Buena colocación y velocidad en los últimos metros, bajador hábil con la bicicleta, y además no era nada fácil dejarle cuesta arriba. Valiente y muy completo. Para presentar sus credenciales de profesional Barrutia marcó su itinerario en la entonces, sin ninguna duda, capital del ciclismo vasco: Eibar. En la villa armera firmó triunfos que le catapultaron a la élite en la que permanecería durante muchas temporadas. A comienzos de 1955 se proclamó campeón de España de ciclo-cross en un circuito nevado, sacando al segundo casi tres minutos. Las crónicas ya le bautizaron como “la pantera de La Pilastra”, su barrio natal. Ese mismo año se llevó la subida a Arrate, en cuya clasificación podemos ver 2º Fausto Iza, 5º Oscar Elgezabal y 7º Felipe Alberdi. Dos años más tarde se llevó la Bicicleta Eibarresa. Como podemos observar, en todos los terrenos, en cualquier época de la temporada y bajo la climatología más diversa. Volvería a ganar el estatal de ciclo-cross pero esta vez en Mondragón con tiempo seco y soleado, y con un minuto escaso sobre el rey de la especialidad José Luis Talamillo. Demostración de todo ello son sus siete etapas en la Vuelta, prácticamente todos los años mojaba, o su subida al Naranco. Hasta un total de 52 victorias. A pesar de que sus últimos triunfos los consiguió a pares, dos etapas en la Vuelta a España y otras dos y la general en La Rioja, el verdadero broche de oro de su trayectoria como ciclista fue todo un presagio: la victoria de Kas en la crono por equipos del Tour de 1964, la última participación de Barrutia en la gran ronda. A partir de aquel 24 de junio el ciclismo peninsular conoció una evolución internacional en continuo ascenso; y los aficionados, que llevaban años dirigiendo sus miradas a la clasificación de la montaña exclusivamente, comenzaron a darse cuenta de que las columnas adyacentes daban cuenta de la clasificación general y de la de equipos. Barrutia, también con hermano mayor ciclista profesional -Cosme-, es el corredor que tiene y tendrá durante muchísimos años en mejor puesto de un ciclista con licencia profesional de la española en un mundial de ciclo-cross, 4º en Tolosa en 1960. Max Bulla Todas las fotografías han sido cedidas por los interesados mediante la Sociedad Urgozo, organizadora del homenaje mencionado. Galería de fotosç
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