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Fiel escudero de grandes señores, Dominique Arnaud
Debutó como pro en una nueva formación de humilde presupuesto y modestas metas. Era el Reynolds de Echávarri, estamos en 1980. Cumplió con creces en la recién bautizada escuadra y para la temporada siguiente fichó por el Wolber donde acompañó a Thevenet a dar sus últimas pedaladas, escoltado por otros dos ciclistas galos que, tras comienzos prometedores, se disponían a colgar la bicicleta con un palmarés muy inferior al que se les vaticinaba, como eran Regis Ovion e Yves Hezard. Dominique permaneció tres años en el equipo, que en el 83 incorporó a Jean-René Bernaudeau. Otra futura figura que, tras militar en Renault y Peugeot, buscaba un bloque a su servicio donde demostrar todo lo que supuestamente llevaba dentro. Con él consiguieron la Midi Libre y una prometedora sexta plaza en el Tour. El trabajo sordo, disciplinado, eficaz de Arnaud llamó la atención de mismísimo Bernard Hinault, que le contrató para su nuevo proyecto La Vie Claire, una suerte de escisión de Renault donde se había quedado Fignon como capitán a las órdenes de Guimard. En el primer duelo, el Tour del 84, el pulso lo ganó Fignon. Exceptuando su abandono cuatro años antes, era la primera vez que el Caimán no terminaba la Grande Boucle de amarillo, pero nunca se rendía. Fue segundo y lanzó el aviso, aquello no terminaría así. Efectivamente, al año siguiente, Hinault se impuso en el Giro como ensayo preliminar y en el Tour repitió victoria. En ambas demostraciones estuvo con él Dominique Arnaud. Además, La Vie Claire se llevó en el Tour la crono de escuadras y el premio final de equipos. Ahora sabemos que era la última victoria absoluta de Hinault y que el enemigo estaba en casa, el joven norteamericano Greg Lemond también emigrado de Renault. En todas las vicisitudes que hasta ahora hemos contado estuvo presente Arnaud, colaborando activamente en ayopo de su gran jefe. En todas las etapas, en todos los kilómetros. Echávarri intentó que volviese a su equipo y lo consiguió. Del Reynolds que conoció en su bautismo solo permanecían Laguía y Greciano y, tras actuaciones muy notables sobre todo en el Tour, quienes ostentaban cargo de primeras espadas eran Arroyo, Gorospe y el joven Indurain. También había sido de la brigada Pedro Delgado, que se encontraba haciendo probaturas con maillots de otros colores. Era un conjunto muy respetado y cotizado, pero en los dos años primeros de su rentré no cosecharon triunfos sonados. Aunque no se considere triunfo imputable al palmarés, Dominique con su maillot Reynolds-TS baterías consiguió en 1986 coronar primero el Tourmalet que tan bien conocía, ilustre título vetado a la inmensa mayoría. Su cabalgada no tuvo premio en la meta de Superbagneres, ni incluso para un enrabietado Hinault que le echó mano kilómetros después. Fue con la vuelta del hijo pródigo segoviano cuando el engranaje colectivo comenzó a dar los frutos deseados en casa Reynolds. El punto álgido fue la victoria absoluta de Delgado en el la Grande Boucle de 1988. Allí estaba Dominique Arnaud, consagrándose como consumado hombre-tour, que hilvanaría un total de once participaciones consecutivas. Había acompañado también a su jefe en el Giro, odisea del Gavia incluida. Era un tipo duro, se lo exigía su rol y los máximos objetivos del equipo. Lo de doméstico de lujo es quizá expresión de arquetipos ya remotos. De las diecinueve grandes que corrió solo se retiró en una. Fue en el Tour 1987, a punto de terminar, camino del Alpe d’Huez. Un Tour desastroso para Reynolds, a su jefe Arroyo la víspera le retiró la maltrecha rodilla y el primer azul aluminio de la general sería Marc Gómez a más de dos horas y media, en el puesto 79. Así y todo, visto con perspectiva tuvo su punto positivo aquella funesta edición, fue la primera que consiguió finalizar Miguel Indurain, en el puesto 97. Asiduo a la mejor prueba del mundo, de 1981 a 1991 sin parar, y en el último formó en la alineación que -ya Banesto- colaboró directamente en la primera victoria absoluta de Miguel Indurain con un trabajo de control encomiable. Fueron también primeros por equipos. Era la temporada de la retirada para Dominique, tenía ya treinta y seis años. Fue su misión trabajar para los más grandes. Y cumplió con creces, las clasificaciones cantan. Pero es que, además, tuvo muy de vez en cuando la ocasión del propio lucimiento. Y en eso también cumplió con los preceptos que el director le encomendó. Siempre cumplía, con esfuerzo y con resultados. Tres ejemplos, las tres etapas que se llevó de sus cuatro participaciones en la Vuelta. 1980 / Ponferrada-León / 8 mayo / 130 km. El día anterior había habido mucha marejada y los compañeros Atxa, Rondán y Ocaña, con otros diecisiete, fueron eliminados por fuera de control. Un palo para el equipo. El único Reynolds bien colocado en la general era Laguía, a poco más de cinco minutos del líder Rupérez y a menos de dos del podio. A la tarde hay crono individual y los elegidos no van a dar una pedalada de más en la sesión matinal. Tras ataques continuos de quienes no se jugaban nada en la sesión vespertina, hacia mitad de recorrido saltan Jordi Cabestany y Arnaud a la caza del fugado Jarque (Henninger). Cuando se unen al solitario aventurero el pelotón viene a dos minutos. Mantienen la ventaja por La Bañeza y Páramo sobre un trio que viene a por ellos. A 30 km. de meta Cabestany hace ademán de irse pero Arnaud le sujeta bien, Jarque en cambio no puede seguirles el ritmo. En los últimos tramos, a pesar del fuerte viento de costado, aumentan la ventaja -también sobre el trío- y se aseguran los dos primeros puestos. En la recta de meta Arnaud demuestra más fuerza y se impone al guipuzcoano sin apuros. Casi cuatro minutos a los perseguidores. Se llevó el vencedor un total de 15.500 pesetas, que vendrían muy bien a un equipo modesto como Reynolds pero, por encima de todo, había aportado Arnaud el primer triunfo profesional a una escuadra que iba a marcar época en el ciclismo de la máxima categoría. 1º Dominique ARNAUD Reynolds 1982 / Antella-Albacete / 4 mayo / 153 km. Toda la etapa iba en continuo ascenso menos al final. Como consecuencia de un ataque de Dominique Arnaud, rápidamente se forma una fuga de nueve donde la única escuadra con doble representación es Safir. Se entienden bien y, dado que no suponen ninguna amenaza para los capos, miel sobre hojuelas. Los que menos tiraban, obedeciendo a sus directores -todo hay que decirlo- eran Hernández Úbeda y Arnaud para que sus compañeros Arroyo (Reynolds) y Nilsson (Wolber) primero y segundo de la general, no tuviesen ningún tipo de sofoco. En el puerto de Almansa ya superaban los ocho minutos y atrás nadie reaccionaba. Lo cierto es que solo eran dos los equipos sin representación en la fuga y la caravana de directores desde sus coches dieron el visto bueno a los nueve, pero dentro de un orden: que no se acercasen en tiempos a los primeros puestos de la clasificación. Prieto era el mejor colocado de los escapados, a poco más de cinco minutos del amarillo. Reynolds y Splendor -Criquielion era tercero a segundos- comenzaron a tirar por detrás, estaba cantado. Redujeron hasta poner la cabeza del pelotón a menos de tres minutos y pararon, se anunciaba viento fuerte por Albacete y mejor que la fuga siguiera su curso, mucho más cómodo para quienes estaban defendiendo sus posiciones clasificatorias. El esprint de los escapados fue muy largo, Prieto lo comenzó desde lejos, fue Arnaud quien se pegó a su rueda y, en los últimos segundos, le superó por milímetros, un tubular. Su victoria fue confirmada tras eternos minutos de suspense por las deliberaciones del jurado. 1º Dominique ARNAUD Wolber 1987 /Ponteareas-Ponferrada / 9 mayo / 237 km. Herrera (Café Colombia), Kelly (Kas) y Dietzen (Teka) dominan la clasificación con menos de un minuto entre ellos. Arnaud ha vuelto a Reynolds pero su mejor hombre Arroyo está a más de cinco minutos del amarillo colombiano cuando queda menos de una semana para llegar a Madrid. Hay que cazar una etapa como sea, el equipo no ha mojado aun. Abadie se va con el banderazo inicial y pone tierra de por medio con Carlos Hernández, pero a éste ordena su director Linares que pare, por si Dietzen le necesita. Toda una temeridad irse solo en la etapa más larga de la Vuelta. Treinta kilómetros después hacer lo propio Portillo y le cuesta más de veinte empalmar con el solitario fugado. Unos minutos después es Arnaud quien salta del pelotón y le son necesarios otros veinte km. para juntarse los tres en cabeza. En ese momento ya tienen diez minutos, que a mitad de etapa se convierten en un cuarto de hora. Atrás nadie se da por aludido y llegan a tener diecinueve de renta faltando noventa a meta. Deben asegurar con un ritmo constante que la victoria no se les va a escapar, y rezar para que atrás no despierten. Siguen trabajando y guardando fuerzas paralelamente hasta que con la ventaja ya apuntalada -aun cayendo algún minuto en favor del paquete- pincha Arnaud. Ataca Portillo. Dominique repara rápido, monta, a por ellos y remonta. Pedalea con rabia, todavía tiene fuerza pero este percance le puede dejar mermado de cara a la resolución final. Al fin consigue enlazar a cuatro de meta, piensa que no se la puede jugar al esprint con la paliza que trae y, cuando alcanza a los dos, acelera aún más y les deja atrás. Debe mantener la renta conseguida, la llegada está muy próxima y el entendimiento de sus perseguidores se ha esfumado, tiene posibilidades. Y consigue levantar los dos brazos en Ponferrada con una facilidad que no esperaba. 1º Dominique ARNAUD Reynolds Llegó a conocer una cuarta edición de la ronda hispana pero en aquella ocasión el objetivo del equipo no dejaba resquicio a intentar éxitos personales. Debían trabajar de principio a fin para el triunfo absoluto. Y lo consiguieron con Perico Delgado. Era 1989 y allí estaba Dominique Arnaud. Una vez más. Trabajó para grandes campeones que querían tenerle en su camarilla, era una garantía. Les ayudaba a conseguir, con sus compañeros de escuadra, sus tan celebrados triunfos. La victoria absoluta o el podio final eran tareas que no correspondían ni a sus piernas ni a su sueldo. Quienes debían rematar eran ellos, los señores, los capitanes, los elegidos. El primer gran señor con que topó no andaba ya en bici, sino al volante. El mismo que vistió el primer maillot profesional al amateur que tantas carreras había ganado por carreteras aquitanas, bearnesas y vascas. Son ya cuarenta años del periplo iniciado y alimentado por José Miguel Echávarri, aniversario que nuestro fiel escudero no pudo celebrar. Falleció en 2016, pocos días después de recibir en Mées, su localidad de adopción muy próxima a Dax, el homenaje de todo el pueblo agradecido; allí estaban sus compañeros con Indurain a la cabeza, su amigo-colega-rival local Gilbert Duclos-Lassalle y el histórico e inolvidable esprínter André Darrigade. Foto: Triunfo en León, Vuelta a España 1980 Galería de fotosç
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