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Eduard Prades vive y entrena en Stuttgart: “Me gusta la filosofía alemana”Eduard Prades (1987, Caja Rural-RGA) ha alcanzado la estabilidad ciclista y emocional, aunque más tarde de lo que le hubiera gustado, la primera, y nada menos que en Alemania, la segunda. Espera esquivar el frío y escaparse a España a entrenar cara a una nueva temporada en la que espera confirmarse en una élite a la que tanto le costó llegar. El ciclista catalán demostró su calidad en la segunda parte de 2015 y sumó dos victorias, una etapa en la Vuelta a Portugal y la clásica Coppa Sabatini en Italia, y respondió de la mejor manera a la confianza del Caja Rural-RGA. “Acabar la temporada ganando te da una moral extra para el año siguiente. Empecé mal con un problema físico –una herida en un dedo menique del pie-, he podido mejorar durante el año y acabar así es una inyección de confianza”. Una lesión que fue un martirio. “Te pones nervioso porque ahora que das el salto y te dan la oportunidad, ves que te sale todo mal y te preocupas. Estaba bien, porque aun así fui quinto en una etapa de Andalucía, pero estaba limitado. Me pude recuperar con paciencia pues era una herida delicada, con un roce continuo, y estuve mes y medio con ella”, recuerda a BiciCiclismo. Con el buen sabor que le ha dejado la segunda mitad de la temporada, confía ahora en “continuar con la progresión que llevo, algo que he demostrado cada año, pero ahora más con un buen calendario y corredores de mucho nivel, y seguir creciendo”. De Tarragona a Alemania Desde agosto su vida sí ha cambiado y ya que se trasladó a vivir a Stuttgart, Alemania. “Mi novia –la exciclista Cristina Aznar- hace dos años que está allí, empezó primero con Erasmus y luego encontró trabajo como arquitecta. En España no hay muchas perspectivas. Carreteras hay en todos lados y trabajo no. Era un paso que había que dar. Llevábamos cinco años y medio juntos y casi siempre separados porque vivíamos a 100 kilómetros”, sostiene. Del centro de Stuttgart se trasladó a Gülstein, en Herrenberg, a unos 30 kilómetros. “Buscamos una casa en las afueras para entrenar bien y sin tráfico. Hago vida normal, tampoco tengo demasiada relación con nadie, salvo el vecino que es nuestro casero”, bromea. “La convivencia va bien, mejor juntos que separado porque la distancia era una barrera. Los días que tengo tranquilo salimos juntos a rodar, sobre todo los fines de semana. Cuando haga mucho frío, me bajaré a España porque en Tarragona hace bueno todo el año”, sonríe. Prades subraya las diferencias de mentalidad y culturales entre Alemania y España. “La gente no tiene problema en cambiar de trabajo y casi todo el mundo está de alquiler. Se mueve y cambia mucho de trabajo, continuamente, cuando tienen mejores perspectivas. Es una filosofía distinta y la verdad es que me gusta. En España, la gente quiere tener su trabajo, su casa y que de aquí no me muevan. Y yo creo que eso tiene que cambiar porque el mundo está cambiando. El estar siempre en un mismo sitio se acaba y las empresas te lo exigen”, explica. Ahora bien, no ve grandes diferencias en los precios, todo lo contrario. “Vamos a comer y a cenar y te sale más barato que en España. Por ejemplo, a mí gusta mucho la pizza. En España cuesta 8-10 euros y allí las tienes por 6-8 euros, una grande y en horno de leña. Lo que es más caro es la bebida, el pescado también y algunas verduras. Es mentira que sea todo más caro. La gasolina está igual, las casas más o menos también, no hay esa diferencia de la que se habla. Sí que hay un 3% de paro… Y ese nivel de vida lo ves en la calle”. Y celebraciones, pocas. “Las fiestas se acaban a las 12. Mi novia me contaba que llegaba a las 12 a la fiesta y la gente se iba a su casa. Y es verdad”, asevera. Un detalle que llama su atención es el uso de la bicicleta. “En España lo limitamos todo. Allí, al contrario, las bicis tienen vía libre. Todo se basa más en el sentido común. Es algo normal, la bicicleta no es un estorbo sino una convivencia. Puedes ir por donde quieras, el parque, la acera, como si fueras un peatón. En carretera, entrenando, no tanto. Hay unos caminos paralelos y cuando vas la carretera no hay arcén, los coches te pasan justos y eso que respetan mucho la bicicleta. En España, la gente se queja mucho y hay accidentes, pero creo que se respeta mucho más de lo que se cree. La pega es que se ponen trabas en los pueblos y las ciudades que en lugar de incentivar el uso de la bicicleta lo evitan”, lamenta. “Cada temporada me planteaba dejarlo” Su llegada a la élite no fue fácil: debutó en el Andorra en 2009, pero tuvo que correr en amateur tres años hasta que se le abrió la puerta de Portugal. Incluso el año pasado compitió en Japón. Por ello confiesa que pensó “muchas veces” en romper su sueño. “Cuando bajé a amateur, tres años, tenía las papeletas para subir y no llegaba. Pasan otros corredores y tú te quedas ahí, por lo que sea. No recibes lo que necesitas y al final cada temporada me planteaba dejarlo. El año que pasé a Portugal lo tenía claro, que lo dejaba. La Volta Algarve fue un paso más –solo Contador, Kwiatkowski y Rui Costa pudieron con él en la montaña- y fue un escalón muy importante”, afirma. Las alternativas al sillín tampoco eran muchas. “No había mucho más que podría hacer. Tengo la carrera de Educación Física y estaría en casa sin trabajar porque no tenía puntos en las listas. En el equipo me daban un sueldo decente y con los premios me daba para tener mis ingresos. Entonces, podía sobrevivir más de la bici que estando en cualquier fábrica”, recuerda. Incluso corrió en el Matrix japonés a finales de 2014 y recientemente estuvo de visita en Osaka “aprovechando que no tenemos que pagar hotel y que mi hermano (Benjamín) continúa allí. Estuve 12 días y visité Tokyo, Hiroshima... Me quedan amigos allí”, concluye. Redacción BiciCiclismo
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